viernes, 20 de mayo de 2011

Manuel Acuña


Manuel Acuña (1849-1873)

Biografía
Como estudiante universitario abordó varias ramas de la ciencia, como filosofía y matemáticas, además de varios idiomas, como el francés y el latín. Comenzó la carrera de medicina, aunque todo terminó con su muerte a los 24 años. Durante sus años de participación en tertulias literarias conoció a Ignacio Manuel Altamirano, Agustín F. Cuenca y Juan de Dios Peza. Con este último mantuvo un fuerte vínculo amistoso, motivo por el cual Peza fue uno de los oradores principales el día del sepelio de Acuña.
Su carrera literaria fue breve, aunque fructífera. Comenzó en 1869, con una elegía a la muerte de Eduardo Alzúa amigo suyo. Ese mismo año, al lado de un grupo de intelectuales, funda la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl en uno de los patios del ex convento de San Jerónimo, que le sirvió para dar sus primeros pasos como poeta. Varios de sus trabajos de esta época se encuentran en el suplemento del periódico La Iberia.
Es una leyenda que su enamoramiento de Rosario de la Peña fue la presumible causa de su infortunado suicidio, mediante envenenamiento con cianuro. En opinión de algunos críticos, Rosario fue solamente una razón adicional a sus problemas de pobreza extrema. Acerca de Rosario de la Peña se sabe que también fue pretendida por José Martí y Manuel M. Flores. Con todo, recientemente se ha dejado claro que aunque el enamoramiento por De la Peña pudo tener lugar, la realidad era que Acuña sostenía una relación menos idealizada con una poetisa que a la postre se convirtió en una intelectual famosa: Laura Méndez de Cuenca. Murió en su habitación de la Escuela de Medicina el 6 de diciembre de 1873.

Poemas de Manuel Acuña


Adios
Después de que el destino
me ha hundido en las congojas
del árbol que se muere
crujiendo de dolor,
truncando una por una
las flores y las hojas
que al beso de los cielos
brotaron de mi amor.
Después de que mis ramas
se han roto bajo el peso
de tanta y tanta nieve
cayendo sin cesar,
y que mi ardiente savia
se ha helado con el beso
que el ángel del invierno
me dio al atravesar.
Después... es necesario
que tú también te alejes
en pos de otras florestas
y de otro cielo en pos;
que te alces de tu nido,
que te alces y me dejes
sin escuchar mis ruegos
y sin decirme adiós.
Yo estaba solo y triste
cuando la noche te hizo
plegar las blancas alas
para acogerte a mi,
entonces mi ramaje
doliente y enfermizo
brotó sus flores todas
tan sólo para ti.
En ellas te hice el nido
risueño en que dormías
de amor y de ventura
temblando en su vaivén,
y en él te hallaban siempre
las noches y los días
feliz con mi cariño
y amándote también...
¡Ah! nunca en mis delirios
creí que fuera eterno
el sol de aquellas horas
de encanto y frenesí;
pero jamás tampoco
que el soplo del invierno
llegara entre tus cantos,
y hallándote tú aquí...
Es fuerza que te alejes...
rompiéndome en astillas;
ya siento entre mis ramas
crujir el huracán,
y heladas y temblando
mis hojas amarillas
se arrancan y vacilan
y vuelan y se van...
Adiós, paloma blanca
que huyendo de la nieve
te vas a otras regiones
y dejas tu árbol fiel;
mañana que termine
mi vida oscura y breve
ya sólo tus recuerdos
palpitarán sobre él.
Es fuerza que te alejes
del cántico y del nido
tú sabes bien la historia
paloma que te vas...
El nido es el recuerdo
y el cántico el olvido,
el árbol es el siempre
y el ave es el jamás.
Adiós mientras que puedes
oír bajo este cielo
el último ¡ay! del himno
cantado por los dos...
Te vas y ya levantas
el ímpetu y el vuelo,
te vas y ya me dejas,
¡paloma, adiós, adiós!



 

Nocturno

¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro,

decirte que te quiero con todo el corazón;

que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,

que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro,

te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.



Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días

estoy enfermo y pálido de tanto no dormir;

que están mis noches negras, tan negras y sombrías,

que ya se han muerto todas las esperanzas mías,

que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.



De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada

y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,

camino mucho, mucho, y al fin de la jornada,

las formas de mi madre se pierden en la nada,

y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.



Comprendo que tus besos jamás han de ser míos,

comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás;

y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos,

bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos,

y en vez de amarte menos te quiero mucho más.



A veces pienso en darte mi eterna despedida,

borrarte en mis recuerdos y huir de esta pasión;

mas si es en vano todo y el alma no te olvida,

¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida,

qué quieres tú que yo haga con este corazón?



Y luego que ya estaba concluido el santuario,

tu lámpara encendida, tu velo en el altar,

el sol de la mañana detrás del campanario,

chispeando las antorchas, humeando el incensario,

y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar...



¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,

los dos unidos siempre y amándonos los dos;

tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho,

los dos una sola alma, los dos un solo pecho,

y en medio de nosotros mi madre como un Dios!



¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida!

¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!

Y yo soñaba en eso, mi santa prometida;

y al delirar en eso con alma estremecida,

pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti.



Bien sabe Dios que ese era mi más hermoso sueño,

mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer;

¡bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño,

sino en amarte mucho en el hogar risueño

que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!



Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores

se opone el hondo abismo que existe entre los dos,

¡adiós por la vez última, amor de mis amores;

la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores;

mi lira de poeta,mi juventud, adiós!

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